Cada calle de la ciudad como río invisible
irreparablemente me arrastra a ti
a lo que aún arde de tu historia en algún muro
al ademán de tu enfermedad regada en mis horas.
Cada árbol ondea con cierta gallardía
el signo de tu alta tristeza
cada anuncio propone el callado vibrar de tu labio.
He de sentar a mi lado aquel pintor que no halló tu sonrisa
porque sé que intacta en algún registro de su memoria
resides, sin mí, sin el peso de las visiones.
Después en otra ciudad, bajo otro tiempo,
tres veces he de negar tu nombre
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