martes, 24 de agosto de 2010

La casa vieja

                       
                          "Lo sabe el mar en su lamento solitario
                            y la tierra que busca los restos de su estatua."
                                      Eugenio Montejo.


Ahora mi habitación
y el sabor de su color indeciso
la pequeña mesa y un lápiz
de cielos abiertos
el ropero donde cuelgo mis brazos
la mañana anidando
los pliegues de mi camisa
la pared en las estrellas
mis dudas y su arrugada geometría
mis pies y sus lámparas de patios
el televisor y la cama que se parecen tanto
la vajilla maquillada de luna
el reguero de silencios por el piso.


Toda la casa
ahora es una ineludible
conversación tuya.

Asignatura de piedra

Quién me salvará de la cárcel
del mundo
aprisionado entre tanta gente.
Sin huir de la puerta que se construye
del camino entreabierto.

Quién domina la etimología
de las manos y sus consecuencias,
la prisa por alcanzar ningún sitio.

Dónde cuelga el ave el canto que le sobra
Cómo ser inadvertido por el ojo minúsculo
del tiempo, las estatuillas del amor
o la sustancia fermentada del silencio.

Dónde gritar sin el temor que alguien acuda,
escribir letras fáciles para una asignatura de piedra

Qué comerá el animal que dibuja el niño.
Alguien se lleva algo de quien duerme.

Quién salva la cárcel,
quién me salva de esa cosa que nos falta.

¿Podrá la alta muerte,
la poesía con su osamenta ambulante?.

Desconocidos por casualidad

Laura, Noraima o Daniela
ignora que ya le he depreciado los ojos
ignora que ya le he leído los pies
ignora que ya le he invertido su imagen
ignora que ya le he tatuado las venas
con besos vacíos.

Laura, Noraima o Daniela
en cada encuentro casual del paradero
de buses
ignora también mi nombre.

Idea blanca

Con qué me quedo?

Con la noche insuficiente que abarca los ojos
Con las vocales del tiempo y sus zapatos de arena
Con la luz de agua de los sueños huérfanos
Con la idea blanca de un hombre breve.

Con qué me quedo?
Con la tibieza prematura de un pájaro sin rama
Con el impulso prófugo de la voz discapacitada
Con el filo obtuso de un rayo del Sol
Con la época del color de dos niños.

Con qué me quedo?

Acaso contigo
o con el vacío del que te inventé?.

Neonato

Este niño que voy gestando
hace más de un cuarto
de siglo
crece y se asoma a mis ojos
y sus juguetes a veces me atragantan
y su vino blanco inunda mis sienes.

Este niño como una suma de palabras
una agonía inevitable
una larga pausa
una fiesta en la sangre
desea nacer
pero - Dios mío- ¡no sé romper fuente!

jueves, 19 de agosto de 2010

Imprescindible

Ya asoma el nuevo día, esplendoroso como alto guayacán, ya las causas prefiguran el pasto y la flor, ya apresta el tigre la danza y relampaguea el río. Nacen madreselvas, astromelias, enredaderas, abetos, verdolagas, pinos, malvas, eucaliptos. Los pájaros –flechas febriles de Eurito- envuelven de melodía la selva. El campesino que sabe de lo imprescindible acude a su antigua lengua de tierra y fruto; al alba que no produce sombras. Pero al finalizar el día cada cosa, cada ser morirá a propósito para bautizarse en el incienso reciente de la aurora. Y como siempre declinarán: la naturaleza canta y ruge a la vez.

Carta abierta

Ya no estoy solo. Hay fantasmas aquí
que caminan delante de mí y me desvían
y me ensimisman mientras la luna vierte sobre el andamiaje
de la casa la apología de su lejana interrogación.
He visto trenes arrastrando como llavero
su triste luz de estaciones.

No reprocharé al viento si detrás de su desaparición,
en el ramaje alto del saúco, ha abandonado,
enredándose, la ronca lagartija de su canto.

Ni a ti, si tu voz aún está poblando de oídos
cada objeto de los aposentos o fundando un reino
de inocencia en el jardín alterno. Porque apenas soy
una porción del río de siempre, único y cambiante de Aristóteles
ya no te pertenezco ni me mueve asunto diferente
a esta ideología telúrica de mi estancia rodante.

Vengo de la muerte de mis ancianos para terminar
aquí… frente al verso.

La ruta libertadora

Yo navegué paralelo a tus designios.
Crucé el meridiano apremiante de tu beso.
Con manos temblorosas
y de infante palpé tu centro ciego,
y entre el clima de tus piernas
descubrí el soberbio grito de la república
que me daba nombre, que me hacía rey
que me volvía soberano.
Lunas blancas y blandas
como reino interior del totumo
capitulé en la imprenta de tu cuerpo.


Imprecisa, irrepetible como decreto de océano
venías a equilibrar mi noche con tu lamento aborigen
con tus campos de arroz y avena,


Casi loco, peregrino, perdido en la geografía de tu abrazo,
con un aire de independencia, desde entonces,
ya te me ibas yendo.