Yo navegué paralelo a tus designios.
Crucé el meridiano apremiante de tu beso.
Con manos temblorosas
y de infante palpé tu centro ciego,
y entre el clima de tus piernas
descubrí el soberbio grito de la república
que me daba nombre, que me hacía rey
que me volvía soberano.
Lunas blancas y blandas
como reino interior del totumo
capitulé en la imprenta de tu cuerpo.
Imprecisa, irrepetible como decreto de océano
venías a equilibrar mi noche con tu lamento aborigen
con tus campos de arroz y avena,
Casi loco, peregrino, perdido en la geografía de tu abrazo,
con un aire de independencia, desde entonces,
ya te me ibas yendo.
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